Las costas mediterráneas, que hoy gozan de reputación como lugares de descanso, no siempre fueron tan pacíficas. Durante siglos, estuvieron sometidas a constantes incursiones de piratas y corsarios turcos y berberiscos, quienes aprovechaban la vulnerabilidad de las aldeas costeras de Mallorca con ataques sorpresa que dejaban poco margen para una defensa efectiva. En respuesta a esta amenaza, entre los siglos XVI y XVII, se construyó una red de torres de vigilancia conocidas como «talaias». Estas estructuras estratégicamente colocadas en acantilados y salientes actuaban como sistemas de alerta temprana, utilizando señales de humo y fogatas para advertir a los habitantes de Palma sobre los ataques entrantes. Aunque originalmente concebidas con fines militares, las torres han perdurado en la isla como monumentos culturales e históricos, y muchas de ellas están hoy reconocidas como Bienes de Interés Cultural.
A lo largo de los siglos, las torres de defensa mallorquinas han pasado de ser fortificaciones a convertirse en puntos turísticos de interés, ofreciendo vistas panorámicas y rutas senderistas que permiten apreciar la belleza natural de la isla. Un ejemplo destacado es la torre de Sa Mola de Cala Tuent, construida en 1596, que se ubica al final de una serpenteante carretera, convirtiéndose en un atractivo añadido para los excursionistas que visitan la región de Tramuntana. De igual manera, otras torres como la del Verger, cerca de Banyalbufar, y la de Albercutx en el cabo de Formentor, son testigos de la rica historia defensiva de la isla, ofreciendo al mismo tiempo entornos de incomparable belleza natural. Estas fortificaciones no solo invitan a explorar la historia, sino que también permiten disfrutar de caminatas en contacto directo con la naturaleza, reforzando la conexión cultural y ecológica que caracteriza a los paisajes costeros de Mallorca.
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