El reciente ataque del ejército ucraniano al gasoducto TurkStream, el último vínculo que conecta el suministro de gas ruso con la Unión Europea, ha generado tensión en el ámbito internacional y en los mercados energéticos. Este incidente, ocurrido en una estación situada en el sur de Rusia, ha sido confirmado por el Ministerio de Defensa ruso, que aseguró que la infraestructura sufrió daños menores y que su actividad no se vio interrumpida. Sin embargo, la presencia de drones y el logro de impactar en varias instalaciones del complejo subraya la persistente capacidad de Ucrania para desafiar la infraestructura crítica de su vecino. El ataque ha sido considerado una amenaza por Hungría, miembro de la UE, que lo ha calificado como una agresión a su soberanía. Por otro lado, el Kremlin ha señalado a Estados Unidos como el principal beneficiario de esta acción, dado su creciente papel en el abastecimiento de gas licuado a Europa.
La reacción de los mercados fue inmediata, con un aumento significativo en el precio del gas natural en Europa, incrementando más de un 7% al cierre del día. Esta volatilidad en los mercados energéticos coincide con nuevas sanciones de Estados Unidos dirigidas a la industria fósil rusa, en un esfuerzo por aumentar la presión sobre Moscú tras la invasión de Ucrania. Las nuevas medidas afectan a infraestructuras clave como las terminales de Portovaya y Vysotsk en el mar Báltico, aunque la instalación más grande, Yamal LNG, no fue afectada. Este contexto se agrava por las bajas temperaturas inusuales de enero, que han acelerado el consumo de reservas subterráneas de gas en Europa. El TurkStream sigue representando un importante símbolo de los antiguos lazos energéticos entre Rusia y la UE, cuyo escenario ha cambiado drásticamente desde el inicio del conflicto, con un aumento en la importación de gas licuado procedente de diversas naciones, incluido Estados Unidos.
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