En un reciente anuncio, Donald Trump reveló su plan para expulsar a los palestinos de Gaza y transformar la región en una atractiva «Riviera» del Oriente Próximo, sugiriendo que la financiación del proyecto provendría de los países árabes más ricos, en especial Arabia Saudí, con quien mantiene estrechos vínculos comerciales. Sin embargo, el plan ha sido confrontado públicamente por Riad. Mohamed bin Salman, príncipe heredero saudí, ha rechazado categóricamente la propuesta, reafirmando el compromiso de su nación con el establecimiento de un Estado palestino independiente con Jerusalén Este como capital y descartando el reconocimiento de Israel mientras no se cumpla esta condición. Este desacuerdo resalta la complejidad de las relaciones diplomáticas en la región, particularmente en momentos donde Trump busca reactivar su agenda en el Oriente Próximo.
El plan de Trump se enfrenta a múltiples obstáculos, no solo por el rechazo saudí, sino también por una región marcada por tensiones cambiantes tras recientes acuerdos de paz como los Acuerdos de Abraham. A pesar de los intentos de la administración de Trump por sellar un trato similar con Arabia Saudí, las chances parecen escasas debido a las exigencias saudíes de pasos concretos hacia la creación de un Estado palestino. Además, la creciente inclinación de las naciones del Golfo hacia la estabilidad regional y estrategias de desarrollo económico podría chocar con iniciativas que puedan desatar nuevas tensiones. La inquebrantable postura saudí, que también cuenta con el respaldo de otros estados del Golfo, complica las expectativas de Trump para alcanzar la financiación necesaria para su ambicioso plan en Gaza.
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