Estados Unidos ha intensificado las tensiones en el Medio Oriente al intervenir directamente en el conflicto entre Israel e Irán, atacando de manera extensa y coordinada las principales instalaciones nucleares de la república islámica. Este movimiento marca un significativo aumento en la implicación estadounidense, un actor clave en la región, y refleja la creciente preocupación internacional sobre el programa nuclear iraní. Las fuentes indican que los ataques se llevaron a cabo con tecnología militar de última generación, buscando desmantelar la infraestructura nuclear para impedir el avance de proyectos que Occidente considera una amenaza a la estabilidad regional y global.
La respuesta internacional ha sido variada. Mientras que algunos aliados de Estados Unidos han mostrado apoyo, otros temen una escalada del conflicto que pueda desestabilizar aún más la ya volátil región del Golfo Pérsico. Por su parte, Irán ha condenado las acciones como una violación flagrante de su soberanía y ha prometido una respuesta adecuada. En Washington, el gobierno justifica su acción alegando la necesidad de salvaguardar la seguridad global y neutralizar amenazas emergentes antes de que se materialicen en peligros directos. Esta ofensiva masiva pone de manifiesto el complejo tablero geopolítico y las difíciles decisiones que enfrentan las naciones involucradas.
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