El primer viernes de marzo en Madrid se ha vuelto un día especial y cargado de emoción para los devotos. Como todos los años, el alcalde de la ciudad, José Luis Martínez-Almeida, se ha unido a los miles de madrileños que acuden a la emblemática Basílica de Jesús de Medinaceli para participar en el tradicional besapiés y venerar la imagen del Cristo.
Acompañado por el concejal del distrito Centro, Carlos Segura, Martínez-Almeida visitó el histórico templo, demostrando una vez más el compromiso de la ciudad con esta arraigada tradición. Con un gesto de profunda devoción, el alcalde expresó sus deseos y preocupaciones en representación de todos los habitantes de Madrid. En un momento marcado por el fervor religioso, Martínez-Almeida pidió por una sociedad mejor, apelando a la solidaridad y el apoyo hacia aquellos que enfrentan dificultades, especialmente los desempleados.
Durante su visita, el alcalde también tuvo palabras de aliento para los enfermos y aquellos que se encuentran en situaciones complejas, subrayando el carácter acogedor y solidario de la ciudad. Esta participación en el acto religioso no sólo reafirma la importancia de este evento en el calendario cultural de la ciudad, sino que también destaca la conexión íntima que muchos madrileños sienten hacia esta devoción centenaria.
El Cristo de Medinaceli, un nazareno esculpido en la primera mitad del siglo XVII, sigue siendo una figura central de devoción en Madrid. La imagen, situada en un camarín sobre el retablo del altar mayor, atrae cada año a miles de personas que esperan pacientemente su turno para participar en el acto del besapiés. La tradición dice que quienes asistan pueden pedir tres deseos, de los cuales uno se cumplirá, una promesa que sigue motivando a los fieles a realizar largas colas para presentar sus peticiones al Señor de Madrid.
El evento se desarrolla a lo largo del día, con las puertas de la Basílica abiertas para permitir que todos los devotos puedan rendir homenaje al Cristo. Esta manifestación de fe y esperanza une generaciones, manteniendo viva una tradición que, más allá de la religiosidad, simboliza un acto comunitario de unión y apoyo mutuo ante las adversidades.