Marisa Jover había intentado matricular a su hija autista, Vega, de ocho años, en un centro de educación especial en Almansa, Albacete. Inicialmente reacia, Jover siguió el consejo de la directora del centro, quien sugirió una integración en la escuela ordinaria José Lloret. La orientación y el apoyo docentes en este colegio han sido fundamentales para el bienestar de Vega, quien se encuentra contenta junto a sus compañeros. Esta experiencia es fruto de la colaboración entre el colegio ordinario y el centro de educación especial de Almansa, que ha evolucionado de un modelo segregacionista a ser un centro de apoyo para facilitar la inclusión de estudiantes con necesidades especiales en la educación convencional. Este progreso, sin embargo, está amenazado debido a recortes financieros por parte de la Consejería de Educación de Castilla-La Mancha, que planea limitar los recursos que permiten esta cooperación.
El centro de Almansa, en colaboración con Asprona, encarna un enfoque vanguardista de la inclusión educativa en España, alineado con estándares internacionales. Transformado en centro de recursos, asiste a los colegios en conformidad con la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad. Pese a su eficacia y reconocimiento, enfrenta un futuro incierto por las normativas actuales que reducen el financiamiento basado en el número de matrículas, poniendo así en entredicho su viabilidad como institución de apoyo. Marta Sánchez, su directora, aboga por un cambio regulatorio que permita financiar la inclusión sin depender exclusivamente del número de alumnos matriculados. El compromiso de su equipo, que incluye prestar apoyo directo en aulas y formar al profesorado, persigue una verdadera inclusión social desde la infancia, reflejando la esperanza de familias como la de Jover, que visualiza para su hija un futuro menos temeroso y más justo en una sociedad educada en la diversidad.
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