El Salvador ha emergido como el destino principal para los migrantes indocumentados que Estados Unidos busca expulsar, sin importar su nacionalidad. Esta situación surge en el marco de nuevas políticas migratorias implementadas por el gobierno estadounidense, que ha recurrido a naciones externas para gestionar la repatriación de personas que no son aceptadas de inmediato por sus países de origen o que deben ser reasentadas temporalmente. La decisión de utilizar El Salvador como un punto de recepción ‘de facto’ plantea preguntas sobre la capacidad del país centroamericano para manejar el flujo de migrantes y las implicaciones humanitarias que esta medida podría tener para quienes son forzados a establecerse en un territorio que no conocen.
El impacto de esta política ya se está sintiendo en El Salvador, donde las autoridades locales enfrentan el desafío de proporcionar servicios básicos y oportunidades laborales a una población migrante en aumento. Además, esta situación puede amplificar las tensiones sociales y económicas en un país que de por sí atraviesa múltiples desafíos internos, incluidos los relacionados con la seguridad. Mientras tanto, organizaciones internacionales de derechos humanos han expresado su preocupación por el bienestar y los derechos de los migrantes afectados, llamando a una mayor cooperación internacional para asegurar que se les brinde protección adecuada y se respeten sus derechos fundamentales durante todo el proceso.
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