Alemania, la potencia económica de Europa, enfrenta un periodo de recesión que ha encendido alarmas tanto dentro del país como a nivel internacional. El vicecanciller y ministro de Economía, Robert Habeck, anunció que el producto interior bruto (PIB) del país se contraerá un 0,2% este año, tras haber registrado una disminución del 0,3% el año anterior. Esta situación refleja una crisis no vista desde los años 2002 y 2003, poniendo en entredicho el poderío económico alemán. Las crecientes tensiones en la coalición gobernante, compuesta por socialdemócratas, ecologistas y liberales, complican una respuesta unificada y efectiva ante los retos estructurales que enfrenta la economía del país, exacerbados por factores internacionales como el cambio en el suministro de energía post-invasión rusa a Ucrania y medidas proteccionistas de socios comerciales clave, como Estados Unidos.
El panorama político alemán se agrava con el fracaso de la coalición tripartita para alcanzar consensos en políticas económicas y financieras cruciales. Dichas discrepancias internas podrían influir en las elecciones generales del año próximo, en un momento en que el país se asemeja a «el enfermo de Europa». El debate se centra especialmente en torno al «freno de la deuda», una norma que limita el endeudamiento público y obstaculiza las necesarias inversiones en transformación ecológica y digital. Expertos como el economista keynesiano Gustav A. Horn sugieren que la incapacidad del gobierno de Olaf Scholz para implementar reformas estructurales profundas está condicionada por la rigidez de estas normativas, aunque permanecen optimistas sobre un cambio potencial en el futuro político que permita desarrollar una política de inversiones más flexible. La incertidumbre actual deja a Alemania en una especie de pausa, mientras su liderazgo trabaja para evitar conflictos mayores dentro de la coalición, que podrían derivar en elecciones anticipadas y una nueva reconfiguración del poder.
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