En un contexto de creciente tensión política en América Latina, el presidente brasileño, Lula da Silva, se ha mostrado firme en su desaprobación respecto a los últimos acontecimientos en Venezuela. Antes de las elecciones presidenciales del 28 de julio, Lula instó al mandatario venezolano, Nicolás Maduro, a respetar el proceso electoral, enfatizando que «cuando ganas, te quedas. Cuando pierdes, te vas». Sin embargo, el ambiente post-electoral se ha llenado de controversia al proclamar las autoridades venezolanas la victoria de Maduro sin ofrecer pruebas verificables. La oposición afirma haber obtenido casi el 70% de los votos a través del candidato Edmundo González, respaldado por María Corina Machado, generando así una crisis de legitimidad en el régimen chavista. Los esfuerzos de mediación de Lula, junto con otros líderes como AMLO y Gustavo Petro, no han rendido frutos, y los numerosos informes de represión y violaciones a los derechos humanos en Venezuela han intensificado las críticas internacionales, con particular resonancia en el informe negativo del Centro Carter.
La reacción de Lula va más allá del ámbito retórico, mostrando un distanciamiento tangible hacia Maduro, incluso negándole el ingreso al club económico de los BRICS, un golpe estratégico para el líder chavista que esperaba respaldo internacional con tal adhesión. El rechazo brasileño es corroborado por el deterioro en las relaciones bilaterales, exacerbadas después de que el exministro brasileño Celso Amorim denunciara la falta de transparencia en las elecciones venezolanas, lo que derivó en descalificaciones y tensiones diplomáticas. Desde entonces, Brasil mantiene una postura crítica respecto a las maniobras electorales de Maduro, aunque no ha reconocido a la oposición como la legítima vencedora. Este movimiento estratégico marca un alejamiento notable entre Brasil y Venezuela, reflejando un creciente aislamiento para Maduro en el panorama regional, donde solo Bolivia ha reafirmado su apoyo al líder venezolano. La posición de Lula ha dejado a Maduro sin un aliado clave en la región, deteriorando aún más su imagen mientras busca mantener vínculos esenciales debido a razones de seguridad y migración compartida con Brasil.
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