En las elecciones presidenciales de Estados Unidos del 5 de noviembre, el estado de Pensilvania ha emergido como el epicentro del interés político, desplazando a Ohio de su histórica posición como barómetro electoral. Pensilvania, con sus 19 votos electorales, es ahora el más importante de los llamados «swing states», debido a su capacidad para inclinar la balanza hacia uno u otro partido. Históricamente parte del Muro Azul demócrata, junto a estados como Wisconsin y Michigan, la derrota demócrata en Pensilvania en 2016 bajo la campaña de Hillary Clinton, seguida de una estrecha victoria de Biden en 2020, lo reafirma como un terreno crucial e indeciso. Esta volatilidad ha motivado a los estrategas políticos a examinar profundamente las dinámicas locales, especialmente tras el fenómeno Trump, quien logró movilizar a los electores rurales en cantidades significativas.
Por otro lado, Ohio, a pesar de su récord de ser un indicador fiable del ganador presidencial, ha visto disminuir su relevancia política en el actual ciclo electoral. Demográficamente, Ohio solía reflejar la diversidad del país, habiendo experimentado migraciones significativas de afroamericanos y olas de inmigración europea que enriquecieron su tejido social. Sin embargo, la reciente pérdida de adeptos demócratas, especialmente entre la clase media trabajadora, ha cambiado su perfil político. Donald Trump, con su enfoque en mensajes económicos dirigidos a este electorado, ha logrado consolidar el apoyo republicano, siendo respaldado en 2016 y nuevamente en 2020. Actualmente, las encuestas muestran a Trump liderando sobre Kamala Harris por 7,4 puntos, lo que subraya un cambio en el paisaje electoral de Ohio, que ahora se inclina fuertemente hacia el Partido Republicano, restándole protagonismo en la batalla por la Casa Blanca.
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