Un hombre asturiano, cuyo compromiso y dedicación han dejado una huella imborrable en la comunidad, ha ejercido como guardián de las llaves durante más de cincuenta años. A pesar de que el Ayuntamiento retiró oficialmente a los serenos en 1986, este devoto trabajador continuó con su labor, demostrando una notable entrega que trascendió normativas y cambios administrativos. Su historia resalta la tradición y el sentido del deber que han caracterizado a quienes desempeñaron este noble oficio, ahora casi extinto, de velar por la seguridad de los barrios.
El papel de los serenos, que antaño fue esencial para la convivencia vecinal, encontró en este hombre un defensor irremplazable. A través de los años, su presencia iba más allá del simple trabajo; era una figura de confianza, simbolizando seguridad y apoyo comunitario. Su persistencia tras la desaparición oficial del puesto habla de una vocación genuina, un vínculo profundo con su entorno y un legado que perdurará en la memoria colectiva de aquellos que aún recuerdan la tranquilidad que brindaba su ronda nocturna.
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