Las tensiones comerciales se intensifican a nivel global con la imposición de aranceles del 10% por parte de Estados Unidos, liderada por el presidente Donald Trump, que afectan a diversos países. Entre los más perjudicados se encuentra China, que ha visto sus productos sometidos a gravámenes adicionales del 34%. Pekín no ha tardado en manifestar su descontento, denunciando lo que considera un «acoso económico» por parte de Washington, acusaciones que sostiene bajo el argumento de que estas medidas transgreden las normas de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y amenazan la estabilidad del orden económico global. El gigante asiático critica además que esta estrategia perjudica el sistema comercial multilateral, planteando un desafío sin precedentes al comercio internacional.
En paralelo, el Reino Unido evalúa su posición frente a esta nueva tormenta económica. Como respuesta a la creciente incertidumbre, el primer ministro Keir Starmer ha sugerido un posible giro hacia políticas más proteccionistas, destacando la necesidad de que el gobierno británico intervenga para resguardar a sus empresas. En un artículo en el Sunday Telegraph, Starmer subraya la importancia de adaptarse a los rápidos cambios globales y su disposición a emplear políticas industriales para proteger el sector económico interno. Esta declaración plantea un debate sobre el papel del Estado en la economía, cuestionando, según Starmer, creencias antiguas en momentos de transformación global.
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