El 7 de mayo de 2000, ETA, la organización separatista vasca, asesinó a José Luis López de Lacalle, un destacado periodista español. Este asesinato se convirtió en un sombrío hito, siendo López de Lacalle el último periodista asesinado por la banda. La acción fue parte de una extensa campaña de intimidación y violencia que ETA dirigió contra la prensa, que incluyó la puesta en su diana a 326 profesionales y la vigilancia constante a 80 de ellos. El objetivo de la organización era silenciar las voces críticas que se alzaban desde los medios de comunicación, un esfuerzo calculado para amordazar la libertad de expresión y sembrar el miedo entre los comunicadores.
La ofensiva de ETA contra los periodistas formaba parte de una estrategia para controlar el discurso en torno al conflicto vasco y para evitar cualquier interpretación que no encajara con su narrativa. A pesar de las amenazas, muchos periodistas españoles continuaron informando sobre las actividades de ETA, denunciando su violencia y buscando la verdad detrás de sus acciones. La muerte de López de Lacalle, que era también un conocido activista por la paz, sacudió al país y reafirmó el compromiso del gremio periodístico con la libertad de prensa, una lucha que trascendió las fronteras del País Vasco para convertirse en un símbolo del valor en la defensa de los derechos fundamentales.
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